Las finas gotas de agua, posadas en las hojas de los árboles, cuentan lo que una vez ellas mismas mojaron meses atrás, dando paso y voz al haz de la Luna, que grita, rompiendo el cielo, el amor que hoy existe y del que es testigo presencial.
La noche se adormece sobre mí, pero ahora ya no me arropa con la sábana de la soledad; lo hace tu costado sobre el mío, abrazándome con tus suaves brazos, haciéndonos sentir el calor impropio de la belleza del amor.
Sus dos amantes, amados en exclusiva por sus recíprocas almas esposadas, despiertan a los sentidos sincerables del roce de lo hermoso.
En noches como hoy, el frío sólo existe para congelar momentos que quedarán inmortalizados en las gotas de agua, que se posan retenidas en las hojas de los árboles, cayendo al vacío y rompiéndose, estallando el deseo y la armonía contenida, haciendo inmortal lo nuestro.